FALTA ALGO... ¿PERO QUÉ ES?

07.12.2024

Dejemos ya de hablar de la creación de nuevos públicos, de la educación musical, de cómo hacer para que la gente se interese más en la música contemporánea y del papel de los medios de difusión masiva en la formación cultural.

¿Pero por qué? ¿Es que nada de esto importa?

Por supuesto que importa, y mucho, pero hay un tema casi solapado que pasa desapercibido año tras año, década tras década.

Quizá entrar frontalmente en el tema no sea la mejor manera de encararlo. Hagamos, en cambio, algunas citas sueltas y llegaremos con naturalidad al punto.

Señor y querido amigo, no es usted sólo un idiota, sino un idiota sin sentido de la música".

Esta frase, dicha en 1917, fue el veredicto que Erik Satie dirigió al crítico Jean Poueigh que había vapuleado su ballet "Parade", de tan sólo 15 minutos de duración y que fuera encargado por Ballet Russes de Diaghilev, que también juntó las imaginaciones modernistas iconoclastas de Jean Cocteau y Pablo Picasso.


"Sería inconcebible atacar a los héroes que se atrevieron a volar sobre el océano o hacia el Polo Norte, porque sus logros son obvios para todo el mundo…pero siempre la mayoría se pone en contra de aquellos que exploran regiones desconocidas del espíritu…La música nueva nunca es bella en primer contacto".

Esta frase, bastante polémica por cierto, pertenece a Arnold Schönberg en defensa de las corrientes vanguardistas a principios del siglo XX y, en particular, defendiendo su propia teoría del dodecafonismo. Su "Noche transfigurada" de 1899, escrita a los 26 años de edad, ya había merecido el comentario de que sonaba "como si alguien hubiera borroneado la partitura del Tristán cuando la tinta estaba aún fresca". Pero un concierto el 31 de marzo de 1913, en Viena, que incluía su Sinfonía de Cámara nº 1 y los Altenberglieder de Alban Berg, desató un motín que hizo necesaria la presencia de la policía. "Sólo un psiquiatra puede ayudar ahora al pobre Schönberg... Le vendría mejor dedicarse a palear nieve que a garabatear papel de música", diría Richard Strauss en una carta a Alma Mahler.

La gente reía, había burlas, pitaba, hacía sonidos de animales y quizá se hubieran cansado a la larga si no fuera porque la multitud de estetas y músicos, en su exagerado celo, se puso a ofender al público de los palcos, y a atacarlo físicamente"


Esto no fue dicho a propósito del estreno de alguna otra obra de Schönberg o de Alban Berg, sino que lo relató Jean Cocteau después del estreno de "La Consagración de la Primavera" de Igor Stravinski, obra ésta que ocasionó un escándalo mayúsculo e inolvidable en París el 13 de mayo de 1913. No bien Pierre Monteux hizo oír las primeras notas de la partitura, Saint-Säens - que estaba presente - preguntó a alguien que estaba cerca qué instrumento era el que estaba sonando y, cuando le dijeron que era un fagot, se levantó furioso y se fue. En la sala empezaron los rumores que se convirtieron en aullidos al subir el telón y verse cómo era la coreografía. Las voces de apoyo de Henri Poulenc, Maurice Ravel, Claude Debussy y Jean Cocteau, también presentes esa noche, fueron ahogadas por el griterío. Se produjeron algunas peleas que dejaron 27 heridos y el propio Stravinski huyó de la zona de espectadores para esconderse en la parte de atrás del escenario y se fue saltando por una ventana.

¿Qué se ha dicho acerca de todo esto?

Se ha dicho que los escándalos, los verdaderos escándalos, desaparecieron hoy de la escena musical quizá porque el público aprendió a no dejarse sorprender, o porque últimamente ya nadie consigue sacar de las casillas a la audiencia. En parte esto es cierto, aunque haya excepciones relativamente más recientes, como lo ocurrido en el Carnegie Hall el 18 de enero de 1973 durante el estreno de "Cuatro órganos" de Steve Reich, una música escrita para cuatro órganos Hammond y maracas, donde se vio de todo un poco, desde abucheos ("saludables" -según un crítico) hasta gritos amenazantes y alguien que corrió por el pasillo gritando "¡basta por favor, confieso…!", en tanto una anciana golpeaba el escenario con un zapato para intentar que los músicos dejaran de tocar

¿Qué se puede pensar con este anecdotario tan divertido aparentemente? 

Dejemos a un lado todos los supuestos acerca del público reacio a la música nueva, y veamos algo mucho más interesante. 

Hay todavía mucha buena música que puede escribirse en do mayor."

Esta afirmación no fue dicha por algún reaccionario, sino nada menos que por Arnold Schönberg. ¿Y entonces…?

Entonces, ya fuese en el siglo XX o fuese mucho antes cuando Juan Sebastián Bach fuera desacreditado y olvidado por "retrógrado" (hasta ser redescubierto y valorado casi un siglo más tarde), lo cierto es que la música clásica tiene una gran colección de hitos por el estilo. Incluso, a veces, desconcertantes y contradictorios. Pero, desde aproximadamente la mitad del siglo pasado hasta ahora, no ha surgido ninguna novedad estética que haga a la audiencia aplaudir a rabiar o reaccionar de manera incluso violenta. En todo caso, el público del siglo XXI sigue "soportando", más o menos pacíficamente, una música en el mismo estilo de aquella que era nueva hace cien años, sin que ya importe que hubiese sido escrita hace no más de un par de meses. Y esto no deja de ser una gran incongruencia.

Más allá de considerar si tenía o no razón el público que armaba aquellas bataholas apoteósicas, hay que reconocer que aquellos artistas estaban – equivocadamente o no – inspirados por cuestiones casi existenciales, no sólo referidas al arte sino también a una sociedad que cambiaba muy rápidamente. Tampoco hay que olvidar que tal clase de inquietudes no fue de ninguna manera algo exclusivo de la transición del Romanticismo al Modernismo y al Posmodernismo, sino todo lo contrario. Cada época de la historia del arte marcó alguna ruptura que, pensándolo mejor, no fue tal, sino más bien un cambio del enfoque de la realidad, un despertar motivado por inquietudes de raíces filosóficas volcadas directamente hacia el arte. Quizá sea esto lo que hoy esté faltando. No hay ningún horizonte filosófico trascendente hacia el que los artistas puedan caminar.

Por cierto, esto puede ser discutible para muchos, pueden incluso citarse excepciones, pero éstas no serían la regla para la música "del futuro". No es suficiente ser "nuevo" a toda costa, ni estar desconforme con la marcha del mundo y descargar la bronca levantando pancartas artísticas de protesta. Si el sentimiento de disconformidad, o la novedad, no alcanzan nuevas corrientes del pensamiento inspirador, nunca se podrá llegar hasta un nivel estético que sea un vehículo de comunicación espiritual a través del arte, aun prescindiendo del "éxito".

Es que la cuestión sobre el "significado" del arte y su relación con el éxito, lleva a viejas y conocidas controversias que no estamos ni cerca de poder resolver. Pero en esa incertidumbre, ¿cómo saber si estamos ante una manifestación de protesta o de sola excentricidad o, en cambio, frente a una inquietud filosófica donde el inconformismo puede ser una fuente de inspiración capaz de llevar a concebir una obra de arte quizá novedosa? Es irónico, pero el único escándalo que se produciría hoy día, sería nada más que entre compositores en algunos círculos académicos, y también quizá de la crítica.

Mi música de cine (99% tonal, excepto las de terror) gusta a la gente. Pero siempre tengo problemas con los compositores contemporáneos que me acusan de ser atrasado y comercial. Por eso decidí, paralelamente escribir música "contemporánea" de concierto y de compromiso, que a nadie le gusta pero por lo menos luego no me etiquetan de antiguo"

Fue dicho por Ennio Morricone, en una entrevista.

¿Cuántos son los compositores que se atreven hoy a componer fuera del experimentalismo, más o menos al mismo estilo de las viejas vanguardias, sin ser motivo de risa o duramente calificados de pasatistas obsoletos?

Es que los límites entre el arte, la burla y el absurdo parecen cada vez más imprecisos y no solamente en la música. Unas palabras sueltas pueden ser "un nuevo lenguaje" en la narrativa o en la poesía, un objeto cualquiera puede ser expuesto en un museo como una obra de "arte conceptual", una tela con unas rayas pintadas puede ser motivo de sesudos análisis estéticos, y hasta una escultura invisible se puede vender en miles de dólares… ¿Y esto genera algún escándalo? No. A lo sumo, el público se ríe y los excéntricos pagan cifras en ocasiones millonarias para poseer esas manifestaciones del arte contemporáneo.

No quiero agregar más tinta a los ríos que corren con lo que muchos satirizan hasta con saña, por un lado, mientras que otros escriben acerca de una supuesta estupidización colectiva de la que algunos intelectuales hoy se quejan. No vale la pena agregar nada más. porque lo que todo eso que se dice indica es, ni más ni menos, que un pensamiento vacuo habría invadido a la sociedad. Pero de ahí es imposible que nazca algo que fructifique en una nueva era del arte.


Gustavo Britos Zunín

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